Mel Fisher y Nuestra Señora de Atocha.
Una de las historias más apasionantes que guarda el Museo Philippe Cousteau de Salinas es la del galeón español "Nuestra Señora de Atocha". El ancla que este buque hundido en 1.622 y recuperada 350 años después por Mel Fisher, el buscador de tesoros más famoso de la historia, fue donada en octubre de 1.999 por la ciudad de San Agustín, fundada por Pedro Menéndez de Avilés, donde estuvo expuesta largo tiempo, junto a los restos del galeón.
El Nuestra Señora de Atocha de 550 toneladas, medía 34 metros de eslora y 10,5 metros de manga, y tenía 4 pies de calado. Fue construido por Alonso Ferrera en La Habana, entre 1.616 y 1.620. Realizó una única travesía a España, un tanto azarosa, puesto que rompió el mástil. Estuvo reparado con antelación suficiente para partir el 23 de marzo de 1.622 desde Sevilla con destino a las Américas, encuadrado en las flotas de Nueva España que hacía la ruta hacia Veracruz, y de Tierra Firme, que viajaba hasta Cartagena y Portobello. Estas dos flotas viajaban dos veces al año a las colonias para embarcar los impuestos y productos americanos.
España vivía un momento crítico. En Flandes habían vuelto a reanudarse las operaciones contra Holanda, tras una larga tregua, y los Habsburgo españoles estaban cada vez más involucrados en la guerra de los Treinta Años. El joven Felipe IV estaba acosado por sus prestamistas, en especial los Fugger de Augsburgo. Las ciudades españolas eran nidos de "Lazarillos" y "Buscones", mientras los aristócratas derrochaban a manos llenas. El oro y la plata de América eran esenciales para evitar la bancarrota y continuar la agresiva política internacional española. Sin embargo, las armadas extranjeras, sobre todo la holandesa, acosaban sin piedad a los galeones.
Tras hacer una pequeña escala en Dominica, el Atocha y la flota de Tierra Firme partieron hacia Cartagena, y arribaron a Portobello el 24 de mayo. Allí, permanecerían los barcos dos meses, en tanto llegaban los envíos de oro y plata desde Lima y Potosí, en el Perú.
La flota partió el 22 de julio hacia La Habana, previa escala en Cartagena, donde se cargó el primer envío de oro de las minas de Santa Fe de Bogotá. En Trujillo embarcó índigo (planta para teñir las prendas de añil). Las flotas, con 28 barcos, se encontraron en La Habana el 22 de agosto, en plena temporada de huracanes. Se echaron a la mar el 4 de septiembre. El marqués de Cardereita, marchaba en el Candelaria, la nave capitana. El Atocha, con 20 cañones y 265 personas a bordo, entre ellos 82 soldados, era la nave almirante, y navegaba a retaguardia. Con el Santa Margarita, transportaba mercancías más preciadas.
Los barcos debían navegar hacia el norte para alcanzar la corriente del Golfo de México. Las cosas empezaron a ir mal el 5 de septiembre. Una borrasca hundió uno de los mercantes, el Consolación. Por la noche, el viento arrojó a los barcos hacia los Cayos de Florida. La mayor parte de la flota logró introducirse en las tranquilas aguas del Golfo de México, pero el Atocha, el Santa Margarita y otros dos buques no lograron eludir los bajíos de coral.
Se envió al Santa Cruz en busca de los náufragos. Sólo pudo encontrarse con vida a tres marineros y dos esclavos negros agarrados al mástil. El Atocha quedó sumergido a unos 17 metros, con la carga intacta. El lugar del hundimiento quedó señalado a unas 50 millas de lo que hoy se conoce como Dry Tortugas, pero otro huracán borró toda huella del Atocha. Sólo veinte barcos regresaron a La Habana. Ocho se perdieron, con una carga de dos millones de pesos.
El Atocha llevaba a bordo 24 toneladas de plata en 1.038 lingotes, 180.000 pesos en monedas de plata, 582 lingotes de cobre, 125 barras y discos de oro, 350 cofres de índigo, 525 fardos de tabaco y 1.200 libras de platería trabajada, amén de sus 20 cañones de bronce.
El golpe para la Corona española fue tan duro que se vio obligada a vender algunos de sus galeones. Entre 1624 y 1644 hubo varias expediciones para recuperar los tesoros, sin mucho éxito.
Tres siglos y medio después se desarrollaría otra peripecia no menos singular. En 1968 el buscador de tesoros Mel Fisher, conoció la existencia del Atocha durante una fiesta. Era el comienzo de una obsesión que no le abandonaría en las siguientes dos décadas. Ayudado por su familia y los integrantes de la compañía "Treasure Salvors", este Indiana Jones de las profundidades comenzó al año siguiente a peinar los Cayos de Florida. Utilizó una técnica de su invención, un sonar especial.
En 1973, encontró tres lingotes de plata, y en 1975 su hijo Dirk Fisher recuperó cinco cañones de bronce. El Estado de Florida quiso quedarse con los hallazgos, pero un tribunal dictaminó que estaban fuera de las aguas norteamericanas. Poco después, Dirk Fisher, su esposa y otro buzo murieron al zozobrar su embarcación. Pese a este golpe, Mel Fisher redobló sus esfuerzos. A lo largo de los primeros ochenta fue sacando a la superficie nuevos tesoros pertenecientes especialmente al Santa Margarita.

Los tesoros del Atocha pueden contemplarse en el Museo Mel Fisher de Florida, pero quienes no puedan ver su ancla en Salinas alzándose sobre el Cantábrico.
Saludos.
LBal.
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