
El oro es el mineral más raro y también el más puro, el metal más reluciente y a la vez el más maleable, y aunque sólo cinco de cada mil millones de átomos de las rocas de la tierra son de oro su resplandor atraviesa la historia humana y también la prehistoria, porque antes de que hubiera escritura ya había minas y joyas de oro con las que se enterraba a los muertos. El oro es lo más material que existe –pesa el doble que el plomo – y también lo más etéreo, porque a veces está tan pulverizado en la tierra que se necesita moler y tratar varias toneladas de roca para encontrar unos pocos miligramos, y también porque ha contaminado las imaginaciones y las lenguas a través de la historia y de la geografía del mundo con una universalidad sólo igualada por las pasiones humanas.
En las lenguas germánicas la raíz de la palabra oro es la misma que la del color amarillo: en latín su nombre, aurum, procede del de la primera luz del día, la aurora, porque su claridad ciega tanto como la del sol y es igualmente invencible. Para los aztecas tenía un nombre que nos suena mucho más exótico, teocuitlatl, que al parecer significa “excremento de los dioses”. En oro se han labrado esculturas de ídolos y diademas y máscaras de reyes, pero también pitilleras para satisfacer la vanidad de millonarios mundanos y circuitos de computadoras, por no mencionar los dientes de oro que antes brillaban en las bocas de las personas opulentas, y ahora en las sonrisas enormes de las estrellas macarras del hip hop.
En las lenguas germánicas la raíz de la palabra oro es la misma que la del color amarillo: en latín su nombre, aurum, procede del de la primera luz del día, la aurora, porque su claridad ciega tanto como la del sol y es igualmente invencible. Para los aztecas tenía un nombre que nos suena mucho más exótico, teocuitlatl, que al parecer significa “excremento de los dioses”. En oro se han labrado esculturas de ídolos y diademas y máscaras de reyes, pero también pitilleras para satisfacer la vanidad de millonarios mundanos y circuitos de computadoras, por no mencionar los dientes de oro que antes brillaban en las bocas de las personas opulentas, y ahora en las sonrisas enormes de las estrellas macarras del hip hop.
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Vetas delgadas y sinuosas de oro se ondulan en el interior de una roca de cuarzo: un cofre de monedas que se hundió en un naufragio fue recuperado casi doscientos años después; el cofre está podrido casi entero, pero las monedas conservan su brillo intacto, no corroídas en dos siglos por las sales marinas. Mirando cada uno de los objetos en las vitrinas de la exposición –los pendientes, las máscaras, los anillos, las monedas, los lingotes macizos - intento imaginar todo el esfuerzo, todo el sufrimiento, que han acompañado al oro desde las minas hasta los escaparates blindados de las joyerías, desde los campamentos de California o de Alaska o Sudáfrica o Siberia hasta las bóvedas de los bancos. El brillo del oro hipnotiza, igual que desconcierta su peso cuando tenemos un lingote entre las manos. El oro está en millares de expresiones de la lengua común y también mezclado a la desgracia y a la sangre, a la locura y al crimen. En el cine la búsqueda del oro se asocia siempre a un trastorno que lleva a la perdición. Al final de El tesoro de Sierra Madre, protagonizada por Humphrey Bogart, el oro en polvo por el que se han envilecido los buscadores se dispersa en el viento y se confunde con el polvo del desierto. Y yo dejo un momento de escribir y me pongo a pensar, todavía hechizado, en cómo brillará ahora mismo el oro en las vitrinas del Museo de Historia Natural de Nueva York, en las salas a oscuras donde no queda nadie.
Saludos.
LBal.
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