Históricamente, sobre el oro siempre ha recaído una especie de maldición. En la mitología nórdica, los nibelungos, custodios del oro del Rhin, son seres oscuros y telúricos, alejados de la luz del sol; seres malditos y segregados. Aquel oro está sometido a una maldición. Quien lo encuentra, sucumbe.
En realidad, el mito es universal: quien utiliza y ambiciona el oro como un bien material, antes o después, sufre la maldición; el oro, sostienen todas las tradiciones es un símbolo y encarna la naturaleza regia y solar. No es un bien de consumo y quien así lo considera se hace acreedor de la maldición.
Antes del siglo XVI el oro era extremadamente raro en Europa. Antes de 1493 se calcula que circulaban por Europa 90 toneladas de Oro y una cuarta parte estaba escondido o perdido. Entre 1493 y 1600, llegaron de América 754 Tm. de oro y 22.000 de plata. Esto produjo una hecatombe económica.
Las minas de Perú, Colombia, Brasil y México, enriquecían considerablemente los tesoros de España, Francia e Inglaterra. Pero también una parte iba a parar a manos de los piratas. En el período mencionado llegaron a España 700 Tm. de oro, 200 se perdieron en el curso de tempestades y 100 (el 10%) fue robado por piratas. Ingleses y holandeses intentaron conquistar el oro de nuestros galeones.
El 21 de octubre de 1702, el puerto de Vigo fue atacado por una inmensa flota anglo-holandesa cuyo objetivo era el saqueo de 19 galeones de tres puentes que transportaban varias toneladas de oro. Treinta mil asaltantes alcanzaron el puerto. El General Velasco, gobernador militar de la plaza, consiguió evacuar una parte (1500 carretas llenas de oro según unas fuentes y 3000 para otras) e incendiar el resto de los galeones. Los asaltantes lograron solo sustraer una mínima parte del botín y en total España perdió 200.000 libras esterlinas de oro. Un buscador francés, Florent Ramaugé, buscó el resto del tesoro en las inmediaciones de las Islas Cíes entre 1945 y 1962. Un militar español, preso de los ingleses, el almirante Chacón, estimó que se habían hundido en la zona el equivalente a 5000 carretas.
Se trata solo de un ejemplo: en cada zona costera existen leyendas (o realidades) de tesoros hundidos o robados por piratas que, a su vez, los perdieron. En el Pirineo, los bandoleros catalanes solían esconder sus botines en el interior de árboles huecos, frecuentemente robles o encinas. Muchos de ellos, posteriormente, fueron detenidos y ejecutados; la ubicación de los botines se perdió. Bruscamente, la suerte de un fabricante de carbón vegetal, cambiaba. Habiendo cortado el árbol que contenía el botín y tras intentar hacer con la madera carbón vegetal, encontraba al día siguiente de la operación, monedas y joyas a medio fundir. Hasta que se extinguió la profesión de carbonero, menudearon este tipo de felices hallazgos.
Existe toda una geografía de los tesoros perdidos. Una abundante industria ofrece herramientas e instrumentos de búsqueda para quien quiera emprender tan la lucrativa aventura de la búsqueda. En Francia existen varios clubs de buscadores de una actividad que es considerada por sus practicantes como una especie de deporte de aventura.
Saludos.
LBal.
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